Son casi las dos y debería estar durmiendo pero…. No sé.
Últimamente me sentía algo rara... una ilusión de pensamiento trataba de llegar a mi mente y parece que hasta ahora no había conseguido alcanzarlo.
Esto me ha recordado a “La ciudad sin gente” y también a un cuento que escribí hace mucho, cuando los días no solían ser tan alegres ni las tardes tan largas.
Espero que os guste, aunque sea un poco raro x’D.
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>>La niña y la estrella.
Había una vez una niña.
Esa niña miraba el cielo estrellado en un claro.
Sentada en la suave hierba, miraba aquellas luces titilantes en lo alto y se preguntaba.
“¿Será alguna de esas estrellas especial para mí?”
Cada noche, la niña volvía al claro con una pequeña sonrisa y se sentaba en el mismo sitio. Observando los astros. Esperaba.
Cada estrella emitía una luz distinta, de infinitas tonalidades.
Cada una de esas luces estaba destinada a una persona.
Pero no había luz que llegara a la niña.
Sin embargo, ella seguía esperando. Cada día las estrellas cambiaban, algunas parecían más lejos y otras más cercanas… tan sólo esperaba, con su pequeña sonrisa amable, en busca de la luz que nunca recibía.
Pero a medida que el tiempo pasaba, esa pequeña sonrisa fue desapareciendo, al cabo de unos años, la niña llegó al claro de nuevo, pero esa calidez que antes la empujaba a ser paciente, se había convertido en un frío glacial que la empujaba a dar vueltas sin descanso, en círculos, sobre la hierba.
Las estrellas seguían emitiendo luz mientras tanto.
Pero aquella luz, que antaño le había parecido hermosa, ahora le quemaba las córneas y taladraba sus entrañas, obligándola a esconderse tras la sombra de un gran álamo.
Ya no quería ver las demás estrellas. Tampoco quería quedarse así, triste, opaca, esperando, como si fuera una carcasa vacía que nadie se hubiera molestado en revisar si estaba llena.
Quería encontrar su estrella.
Una noche, mientras estaba sentada en aquel lugar oscuro, un pequeño susurro la llamó.
“¿Niña, es que ya no miras las estrellas?”
La niña alzó la cabeza y vio, por encima de las ramas, una débil lucecita, que titilaba sobre el árbol.
Con el corazón latiendo fuertemente, la niña trepó por los brazos de su guardián y se detuvo en la copa, mirando alrededor, confusa.
Una pequeña estrella la miraba preocupada. El susurró resonó de nuevo entre las hojas.
“Mírate, te estás volviendo opaca. Si sigues así, nunca encontrarás lo que buscas.”
La niña entrecerró los ojos, avanzando hacia la estrella, resistiendo el dolor que cada paso le provocaba, hasta llegar a la rama más alta. Miró a ésa estrella, esperanzada y le preguntó con emoción.
“¿Eres tú mi estrella?”
Sin embargo, la estrella le dedicó una mirada triste.
“Lo siento, pero mi luz brilla ya para otra persona.”
La niña pudo ver un fino haz de luz que salía de ella y se perdía en el horizonte y bajó la cabeza, triste, dolida. Mientras se quemaba con aquella luz que no le pertenecía.
“Llevo demasiado tiempo esperando, mirando a las estrellas.
Me gustaría ser capaz de acercarme a vosotras, de tocaros y de llenarme de vuestra luz, como hacen el resto de personas.
Si todas las personas tenemos una estrella, entonces ¿dónde está la mía?”
La estrella permaneció callada un largo rato y al final respondió.
“Las estrellas vienen y van. Quizá pronto alguna sepa apreciarte por cómo eres y entonces ya no volverás a estar sola.
Tan sólo puedes esperar.”
La niña miró sin entender a la estrella y miró hacia el cielo, pensativa.
Ahí estaban las miles de estrellas, cada una con su color y su luz, pero ninguna le prestaba atención.
Fue entonces cuando se dio cuenta.
¿Qué le hacía especial a ella? Nada.
No era más que una niña triste, tímida, soñadora, que esperaba sentada a que alguien se percatara de su existencia y la obligara a levantarse.
Pero nadie nunca se daba cuenta. Había tenido que levantarse ella sola, tras apoyarse en el suelo y llenarse de barro.
Y por ello ahora estaba sucia, contaminada.
Era por eso que las estrellas ya no la miraban. Se les hacía más fácil ignorarla, dedicarse a emitir su luz a otro sitio.
Esperar, sí. Podía esperar a la sombra del álamo durante más tiempo.
Esperar eternamente.
Asustada, alargó su brazo hacia aquella amable estrella que había querido acompañarla tras tantos años de soledad, mirándola con ojos suplicantes.
Unos ojos que decían “No quiero estar sola por más tiempo.”
Sin embargo no llegó a tocarla.
Un crujido sacudió el árbol de blanca corteza y un golpe secó inundó la noche.
En el cielo, una estrella blanca apareció entre muchas otras.
Pero a diferencia de las demás, ésta estrella no emitía luz para una sola persona, sino para todas las demás.
Es por ello, que se encontraba en el centro de todas ellas, dónde aún permanece.
Y si te fijas bien en su luz, entre todo el blanco que desprende puede observarse una figura.
Un álamo enorme, con un columpio.
Y una niña sonriendo en él.<<
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A ver si le encontráis la moraleja.
Voy a ver si me puedo dormir ahora.