jueves, 23 de agosto de 2012

Compleja estupidez.


Hola bloggers (los pocos que continúan leyendo esto, pequeños ninjas cotillas) supongo que os preguntareis a qué se debe mi larga pausa escritora, mis ausencias repentinas y esas cosas, ¿verdad?

No podría detallar con exactitud todo lo que ha ocurrido en los últimos meses, pero ayer, por la noche, me vi en la necesidad de buscar una fuente de escape, algo que permitiera liberar –un poco- mi tumultada mente por los sucesos acontecidos en la actualidad.

Y entonces pensé en el blog. Este pequeño lugar dónde, de vez en cuando me abro al mundo.
Y aquí estoy.

No mentiré si digo que tengo problemas. ¡Muchos! Los típicos de una adolescente que apenas alcanzo la mayoría de edad, pero lleva teniendo la madurez que se le atribuye  desde hace mucho tiempo.
Pensé que los meses veraniegos fuera me relajarían ( y en cierto modo, sí que lo hicieron) pero los retiros espirituales no duran para siempre, y es entonces, cuando has dejado de pensar en los problemas, cuando vuelven y te golpean con más fuerza.
Me siento estresada. Harta.

Hay veces en las que creo que la única con cabeza en determinados asuntos soy yo misma.
Egocéntrica, pensaréis,¿ a qué viene todo esto?
Pues bien.

Siempre he tratado de permanecer en el lado neutral de las cosas. Y a menudo lo consigo, no sin ello ganándome la desconfianza de ambos bandos.
Siempre me ha dolido eso.

Para mí, que he conocido la más profunda oscuridad (hasta el punto de tratar de sacarla de mi de manera forzada) las amistades, la gente que me rodea, y todo lo que puede alegrarme un poco el día hace que me sienta segura, como si me iluminaran.
Siempre he pensado que las almas de las personas son como el cielo nocturno. Muchas veces está tan nublado que no hay luz ninguna a la vista, otras, el brillo de la luna eclipsa al de las otras luces provenientes del cielo. Y cuando ni uno ni lo otro ocurre, las estrellas velan por nosotros.
Las estrellas, los amigos. ¿Veis a dónde quiero llegar?

Cada persona que conocemos deja una marca imborrable  en nosotros. Puede que en determinado momento, nuestros destinos se separen, pero forman parte de nuestro pasado, de nuestra historia.
En cierto modo yo siempre me he sentido agradecida hacia las personas que me he encontrado. Por mucho daño que me hallan hecho. Son parte de mí.
Personas que hicieron que me volviera más fuerte por mí misma, que quisiera defender a los demás del dolor. Personas que me demostraron que el mundo no es tan oscuro como el juicio pinta. Personas que me enseñaron a creer en mí misma, en ser fiel a mis convicciones.
Es por eso que no conozco el rencor.

Me parece innecesario.

Quizás no estéis de acuerdo conmigo, pero pienso que una vez una persona está fuera de mi vida y sé que no me va a hacer daño, no es necesario volver a pensar en ella, o si acaso, recordar los buenos momentos con un toque algo amargo, y la lección que su partida me enseñó.

Guardarle rencor a esas personas es darle una importancia que, realmente, ya no tienen.

Además ¡Solo da problemas! ¿No coincidís conmigo?

Es por eso que cuando veo que hay gente que no sabe pasar página. Que guarda rencor hacia quien le ha expulsado de su vida. No lo entiendo.
¡No lo entiendo!

¿De qué sirve centrarse en el pasado?  Así el presente no es más que un sinfín de problemas y enredos que no conducen a ninguna parte.(Es un tanto irónico que yo lo diga, teniendo en cuenta que, de vez en cuando me lamento por cómo han ido las cosas ¡ pero de verdad que lo creo! )
Las discusiones que se centran en ello, siempre me han preocupado.

Los problemas entre las personas que se quieren no surgen de manera esporádica. Yo siempre he pensado que hay una razón para cada cosa.
No, no me trago que la gente sea “mala por naturaleza”. Algún motivo oculto hay siempre tras el comportamiento del ser humano. Hasta Freud Y Nietszche lo decían.
Yo siempre digo que, en las discusiones no hay buenos ni malos.
Solo hay miedo, malentendidos, orgullo, y palabras por decir.

Si todos supiésemos ser humildes, si pudiéramos ser empáticos y ponernos en el lugar de la otra persona, en vez de cegarnos por la rabia y el orgullo. Sabríamos reaccionar a tiempo.

Quizás en eso esté la clave de que rara vez yo discuto.

Veo las razones y los motivos de ambas partes. Y ambas me parecen válidas. ¡Y me doy cuenta de lo estúpido de la situación! ¡De la cantidad de cosas que se solucionarían con un “lo siento” o con tragarse un poco el orgullo y abrir los ojos!
Es entonces cuando trato que las partes hablen, arreglen sus diferencias, se den cuenta de lo que yo he visto con tanta facilidad.

Pero es entonces cuando me doy cuenta de que mucha gente está ciega de inmadurez. Se niegan a ver  lo que es evidente.

La verdad en sí es dolorosa. Por eso es mucho más fácil sumirse en la autonegación, ¿verdad?
Pero por desgracia, de ese modo, los problemas no hacen más que acrecentarse.


Los seres humanos nos sentimos solos por naturaleza.
Desde siempre, buscamos la aprobación y la compañía de otras personas, hasta encontrar a alguien que lo dé todo por nosotros a cambio de un trato mutuo.

Nos aterra la soledad.
Es por eso que uno de nuestros mayores miedos es la muerte.
¿Nunca lo habéis pensado?

Cuando lleguemos al final de la vida, nos daremos cuenta de que todo, nuestras experiencias, la gente que forma parte del firmamento que adorna nuestra alma, no van a llegar a ninguna parte. Se difuminarán con nosotros. Desaparecerán con el fin de nuestra propia existencia.
¿De qué sirve entonces, vivir?

Ya lo decía Nietszche “ Cuando el ser humano se dé cuenta de la finalidad de su existencia, surgirá entonces la voluntad de vivir”.
En resumen.
Disfruta el trayecto mientras dure, porque al final del camino, no habrá nadie que te acompañe. Y una vez llegues allí, y recuerdes todo lo que ha acontecido, a todas esas personas que, ya no están en tu vida, pero si en tus recuerdos; todas esas lágrimas, risas, abrazos, caricias, experiencias, todo ello… entonces te darás cuenta de que, en cierto modo ellos acabarán igual que tú.

Aún queda mucho para mi muerte (espero) y por eso, creo que me gustaría recordar con cariño todo, sin rencor, sin miedo, sin dolor.  ¿No lo querríais vosotros así?

Bueno, me he desviado del tema.

Con todo esto quería dejar claro que las personas que forman parte de nuestra vida son siempre importantes en cierto modo.
Es por eso que  nos duele darnos cuenta de que ya no nos necesitan. Rechazamos esa idea.

A mí me pasa constantemente.

¿Pero qué le voy a decir a mis amigos? ¿Qué me molesta no ser tan importante para ellos como yo  creía? ¿Que siento ser una aburrida que hasta la gente se cansa de mi? ¿Qué me duele?

Sería lo más correcto.

Si de verdad importo a la gente, si de verdad me aprecian, sabrán comprenderlo y negarlo todas las veces que haga falta.
Pero siempre está ese miedo.

El miedo a confirmar las sospechas. A que no te lo nieguen.

A verse solo.

Y es por eso que muchas veces veo como, gente a mi alrededor que me importa, se va alejando sin darse cuenta. Hasta convertirnos en completos extraños.
Y llega el día en que, ya me da igual, porque han dejado de ser importantes.

Pero eso no quita que no sea doloroso pensar en ellos.

Así es como me lo tomo yo normalmente.

Pero otras personas luchan. Se resisten. Gritan como se sienten a los cuatro vientos, pelean con uñas y dientes por hacerse escuchar.
Es admirable; en cierto modo. Me gustaría poder hacer lo mismo.

Si no me pareciera tan inmaduramente innecesario.

Porque así sólo conseguimos provocar un conflicto con un pequeño malentendido. Que pronto se torna una batalla a muerte llena de rencor y sangre.
Muchas veces la batalla consigue aliviarse, y la amistad se recupera, pero eso no quita que el historial entre vosotros esté limpio. Es difícil olvidar algo que duele.

Quizás sea que soy un poco cobarde, que tengo miedo a quedar manchada.

Porque al cabo de un tiempo esa pequeña mancha volverá a morderos la nuca cuando menos lo esperéis.

La inseguridad estará ahí siempre.

Otra veces, la batalla acaba con ambos bandos heridos. Las personas cortan el contacto y se retiran a tratar de recomponer su destrozado orgullo.
Pero ambos, AMBOS, acaban malheridos.
Ambos recordarán ese momento como el que les separó.
Y probablemente al cabo de unos años lo recuerden y se arrepientan, y piensen “Qué estúpido fui en aquel momento.” Y sonrían con amarga madurez.

¿Por qué estamos tan ciegos?
¿Por qué nos sentimos solos?
¿Por qué somos tan orgullosos?

Sin duda, los seres humanos somos complejamente estúpidos.